jueves, 4 de abril de 2019

El arte de aprender a olvidarse de uno mismo."Ser Lento"

Ser "lento" el arte de aprender a olvidarse de uno mismo

Pablo Gianera


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3 de abril de 2019 
En 2001, cuando todavía las redes sociales y el WhatsApp no nos habían envenenado la vida con urgencias ilusorias, el teólogo y psicoanalista sueco Owe Wikström publicó un ensayo -rápido best seller en su país y un poco anterior al libro de Carl Honoré- que terminaría de encontrar su plenitud casi veinte años después: El elogio de la lentitud. La promesa de una vida sin prisa.


Wikström empieza con esa idea del filósofo Walter Benjamin según la cual las arrugas de la cara son señas de los sufrimientos que querían afligirnos y que eludimos por habernos apurado a salir de casa. No hay absurdo: el sufrimiento es experiencia y, sin él, también el sentido de las cosas se evapora. No conviene olvidar que la alegría procede igualmente de la comprensión del carácter provisorio de todas las cosas, aun de nuestra miseria.


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San Agustín hizo notar que estamos siempre inquietos hasta que descansemos en Dios. La perspectiva de Wikström, que no está destinada a creyentes, tiene la precaución de no confundir las agitaciones momentáneas con esa inquietud serena, orientada a un tiempo no humano. "Nos arrebatan de nosotros mismos todo el tiempo", dice Wikström. Podríamos agregar: dejamos de estar en nosotros cuando nos arrebatan la medida de nuestro propio tiempo. No parece haber más que una única defensa posible "Siguiendo el ideal conventual: levantar un muro entre la realidad y nosotros y, detrás de ese muro, elegir en qué queremos concentrarnos". Es lo mismo que se llama recogimiento o retiro espiritual. Más que en lentitud, hay que pensar en kairós, esa palabra griega que indicaba el tiempo propicio, aquel en el que los más importante sucede.

Pero no es imperioso irse del mundo. "Los equipos de música pueden ser los 'altares' de la vida doméstica", dice Wikström. El arte está más cerca de la propedéutica que del consuelo. Así hay que entender las "divinas larguras" que Schumann detectó en las últimas sonatas de Schubert; el dédalo de la frase de Proust, colmada de subordinadas, o el abismo cromático de las pinturas tardías de Pierre Bonnard. La lentitud no es duración; es disposición contemplativa.


Volvamos a Wikström: "Afirmar que recibimos cuando damos, que nos conquistamos a nosotros mismos cuando nos olvidamos de nosotros, o que heredamos la vida al morir no es solo impopular sino extraño, tanto en la época del colectivismo adiestrado como en la del individualismo narcisista".

El arte "lento", propicio -¿qué arte en serio no lo es?- da trabajo, nos fuerza a entregarnos, a morir para nosotros mismos.

Por: Pablo Gianera

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